El ex líder de Fricción y Los 7 Delfines repasa el camino que lo
llevó de la oscuridad a la paz; los vuelcos y las peleas ganadas de un
guitarrista y compositor excepcional.
En la tabla de meritos de los fanáticos de Soda Stereo, el lugar del
cuarto Soda tiene varios candidatos para un podio imaginario y siempre
discutido. Pero con sólo destrabar los recuerdos fundacionales del trío,
aparece la estampa de Richard Coleman. Estuvo ahí, casi desde el
principio, como un restaurador de sonido y potencia, dueño de la
guitarra de notas justas y temperaturas cambiantes, una motosierra de
seis filos que podía desatar tormentas eléctricas con un simple
movimiento de manos. Sin embargo, esa marca es sólo una referencia para
situar treinta años de carrera loca contra los imponderables del
mercado, las modas y los excesos. Siam, Fricción y Los 7 Delfines
parecen títulos de novelas malditas y algo de eso hay en la historia de
las bandas de un tipo que adora a Baudelaire, que encontró inspiración
en los discos de King Crimson y Bowie, y que hace y deshace sus máscaras
como un boxeador acostumbrado a cambiar de categoría. Es cuestión de
peso y de pelo, y parece casi un milagro que mantenga su caballera
original después de tanto batido y spray. Flaco, vital y de negro,
Coleman es mucho más que un sobreviviente de los 80 y ni que hablar de
aquel personaje tenebroso que supo alimentar en los 90 al frente de los
L7D. Con 49 años y en pleno despertar solista, el violero huraño sirve
té en unas tacitas chinas, esas que no tienen asas, en su búnker
estudio-hogar en uno de los extremos de Villa Urquiza, el mismo que le
da título a Siberia Country Club, su debut solista. "Hace muchos años
acá no había nada, ni luz, sólo adoquines y casas bajitas", dice
Richard. "No pasaban ni los colectivos. Vivir acá era una condena, la
Siberia. Me gustó el nombre; y el disco fue hecho en este lugar."
Coleman convive aquí con su mujer, Alejandra -fotógrafa
y artista plástica- y Guinevere, una pequeña de 4 años con nombre de
reina británica. El cuadro familiar lo completa Dylan, hijo de
Alejandra. "La foto de tapa de Dark [cuarto disco de estudio de los L7D]
la hizo ella", dice Richard sobre el origen de su última historia de
amor. "Nos conocimos en un viaje a Córdoba que hicimos con la banda,
charlando y compartiendo libros de arte, una conversación que no era de
música. Genial. Después, tironeando, logré que me mostrara sus trabajos;
su búsqueda podía ser representativa del dark. Nos hicimos amigos,
estuvimos mucho tiempo siendo amigos; hubo un par de años en que no nos
vimos, especialmente cuando estuve viviendo afuera. Y en 2005 nos
volvimos a ver y fue un bonito reencuentro. Ella ya con un hijo, y yo
con otra historia mía encima. Se fue fortaleciendo el vínculo."
Hijo único, abuela inglesa y vacaciones cordobesas
admirando a un tío cantor. Con estas tres señas es posible armar el
perfil formativo de Coleman, porque esa ausencia de hermanos va a
delinear caprichos y aptitudes ("pasé mucho tiempo solo, me gustaba la
soledad, no me aburría"), al igual que la influencia de la rama
artística de la familia: "De chico viví en Caracas. A mi viejo le salió
un trabajo allá. Yo era muy chiquito, tenía 2 años y estuvimos entre el
64 y el 69. Digamos que mis primeras palabras y mis primeras
experiencias musicales fueron en Venezuela. De ahí mi devoción por los
ritmos caribeños [risas]. A partir de ahí, viajé un par de veces para
visitar a mis abuelos en Laboulaye. Entonces empecé a estar más con mi
tío, el hermano de mi mamá, que era folclorista. Tocaba la guitarra,
componía, y era un tío joven, o sea, era mi ídolo... mi primer héroe.
José Alberto, el tío Beto. Era encantador, me regaló una guitarrita de
juguete, después una guitarrita eléctrica también de juguete, y yo
jugaba a que tocaba. Tiempo después, en el 72, falleció de cáncer. Tenía
27 años; uno más del club. Un año después, mi abuela me mandó la
guitarra del tío. Era también como un objeto de deseo".
Coleman fuma cigarrillos suaves, habla rápido y cada
tanto lanza una carcajada. Habla de los días en Caracas, justamente la
misma ciudad donde Gustavo Cerati sufrió hace dos años el accidente
cerebrovascular que aún lo mantiene en coma. El estaba ahí en ese
momento, como parte de la banda, pero ahora estamos viajando más atrás
en el tiempo, a 1967, más precisamente el 29 de julio, cuando un sismo
de 6,7 en la escala de Richter sacudió a la capital venezolana dejando
un balance de 236 muertos y cuantiosos daños materiales: "Mis viejos
justo se habían ido a una fiesta y yo me quedé con la señora que me
cuidaba. Recuerdo que estaba comiendo arroz y mirando El Zorro cuando de
repente me agarró la gorda; nosotros vivíamos en un séptimo piso, y
fuimos bajando por las escaleras; era toda una multitud, y bajábamos
todos por ahí. Se caían las paredes, es una imagen muy fuerte que tengo
grabada. El edificio donde nosotros vivíamos no se cayó, pero lo
tuvieron que tirar abajo a los dos días. A partir de ahí nos mudamos a
un departamento al pie de la montaña, que era más seguro a nivel
sísmico, pero ya mis viejos no estaban muy convencidos de vivir ahí".
Por Oscar Jalil
Fuente: RollingSsone Argentina
Foto: Nora Lezano.
Maquillaje: Alejandra Bredeston.
Video: YouTube.