Crítica: Ciro y Los Persas - 27

El calendario de festivales que se repite con lógica estacionaria, meteorológica, y que reúne con jerarquía de pole position (antes que para recortar un estilo o subcultura, si es que queda alguna en pie) ha impuesto su propia coordenada estética. Y así, por ejemplo, al emblemático Cosquín Rock (la toma de una cabecera de playa del folclore) le sigue ya un rock Cosquín que no designa un aire geográfico sino la folclorización del rock argentino. De vuelta, menos la apropiación del arsenal telúrico que la aparición de la última tradición de la música popular.



Aquí, en 27 (300 / Kurush / DBN), el segundo disco de Ciro y Los Persas está todo eso para ser observado con lupa. Es, básicamente, el disco de un grupo solvente puesto al servicio de un cantante (Ciro) que es pura performance: en el escenario, claro, pero más que nunca en el estudio. Porque más allá de la eficacia de las canciones, lo que sobresale siempre en 27 es Andrés Ciro con su patentado jaggereo rioplatense, esa adaptación canyengue del ritmo y blues que lo lleva a enloquecer el lenguaje en la pronunciación, la respiración y los cortes abruptos de sílabas.


Ciro se hace poeta en los pliegues de su interpretación, en la que es puro sueño frente a los arreglos de la banda (ensanchada a big band con los bronces) y los textos que cargan con el peso de la vigilia.

En 27 hay un display de géneros posibles (del pop duro, metalizado, de "Astros" al pop-canción de "La flor en la piedra"; pasando por los remansos acústicos de "Me gusta" y la crepuscular "Tal vez", aires de reggae y el omnipresente rocanrol) para alimentar la elasticidad del cantante. Elasticidad literal: escúchenlo estirar la palabra "mente" en "Curtite" con habilidad de neurocirujano. Pero esa variedad, la forma en que es puesta en juego, puede resultar estandarizada frente al rasgo (a esta altura indeleble) de estilo de Ciro. Hay puntos de encuentro, sin embargo. "Murgueros", sobre todo, en la que el clima instrumental y la voz viajan juntos. Funk, casi disco, con explosión montevideana en el estribillo es un desvío en un disco pronunciadamente rocker, con una guitarra líder que sube el vúmetro al heavy metal más de una vez. El puente en un falsete capaz de ungir a un Frankenstein imaginario hecho de partes iguales de "Emotional Rescue" y el Rada más sardónico rankea alto en la producción discográfica de Ciro con y sin Los Piojos.


Entre "Murgueros", el music-hall "L.V.R." (larga vida al rock) y "Héroes de Malvinas" se articula el sustrato ideológico de Ciro en este repertorio que parece no entrometerse con el presente del nac&pop (justo ahora con Jauretche redivivo por el locuaz Aníbal Fernández). "Héroes de Malvinas", en su literalidad, sin ambigüedades, pulsea con el pacifismo made in La Falda de "Reina Madre" (Porchetto), el análisis crítico-geopolítico de Los Violadores ("Comunicado 166") y la ironía disidente de "No bombardeen Buenos Aires" (Charly García). Es raro pensar en un revuelto de remeras al viento tras el estribillo "y por siempre serán héroes, por siempre serán héroes, por siempre nuestros héroes de Malvinas". Acaso no lo sea para quienes nacieron a considerable distancia del conflicto austral, el grueso del público que sigue a Ciro en 2012.


El tributo del ex Piojos a los combatientes (a los conscriptos, sobre todo) repite la arquitectura del hit "Maradó". Los primeros versos vienen recitados en un aire que recuerda al Hugo del Carril más campero. No extraña entonces que el bonus track ("Tango del diablo", compuesto a cuatro manos con Charly García, en un cuarto de hotel, casualmente en la previa de un festival en Sunchales) sea un aire de vals en el que Ciro renueva su apuesta por el tango. Aunque por ahora sea eso: bonus track, capricho, rareza.


Por Fernando García

Críticas
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Fuente: RolligStone Argentina
Foto: Web

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